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Opinión

Pobres somos todos

Nota de opinión por Flavio M. Fernández, Lic. en Educación.

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Con datos siempre discutibles e imágenes calamitosas, todos hablan de, y en nombre de, los pobres. Las continuas crisis, las hiperinflaciones y devaluaciones perjudiciales para la mayoría, crearon el malestar permanente con que recibimos las noticias estadísticas de la pobreza. ¿Quién no se siente pobre? Se habla de la pobreza porque paga en votos, pero también en construcción programática.

Cuando políticos, técnicos y comunicadores hablan de pobreza todo sucede como si tuvieran la eficacia de algunos pastores o de ciertos adivinos. Dejan que en sus palabras cada uno entienda lo que pueda y quiera entender. Le hablan a todos, pero a cada uno le resuena de una forma particular y movilizante de modo que a todos les parece que “está hablando sobre mi”. La palabra política sobre la pobreza conmociona pluralmente: a quienes son pobres de acuerdo a una medida estadística; a quienes independientemente de su posición en las estadísticas se sienten pobres; a quienes temen empobrecerse porque el país se empobrece o empobrece a cada vez más gente y por oleadas si se toma una línea gruesa que se inicia en 1975, cuando el Rodrigazo descerrajó la primera gran ráfaga de pauperización; a quienes suponen que sus impuestos se dedican en mayor parte a asistir a los pobres y no, como verdaderamente sucede, a subvencionar lo caros que son nuestros capitalistas.

Hace más de veinte años que nuestra sociedad pone en el centro de los debates públicos la cuestión de la pobreza. En ofensivas, modas, compulsiones y campañas por diversos medios, y en diversos sentidos. Pero la cuestión nunca está ausente. Cualquier recién llegado podría concluir de esto que estamos cerca de resolver el problema o, al confrontarse con la realidad, diría: ¿cómo puede ser tanta filantropía y tan pocos resultados? Ignoraría ese sujeto que el discurso sobre la pobreza parece ser más que una forma de generar políticas públicas que puedan terminar con la miseria y hacer más justa y vivible a nuestra sociedad, una forma de construir sujetos políticos que puedan convivir con ella.

La denuncia de la pobreza, un programa político

“Pobreza” es ante todo y cada vez más un término clave en los procesos de legitimación política. La retórica que pone en el centro la pobreza se basa en apelar a la opinión pública con un mensaje que mezcla datos siempre discutibles, imágenes calamitosas e incorpora el cálculo de las múltiples resonancias que dispara esa cuestión en el público, los pobres incluidos. Se habla de la pobreza porque paga en votos, pero también en construcción programática. Es que se puede hablar en nombre de los pobres y buscar su voto reivindicando sus derechos.

Pero también se puede referir al “escándalo de la pobreza” para  denunciar el “mal gobierno” exponiendo la pobreza como un síntoma y tratar de ganar el voto de las clases medias y altas horrorizadas por el espectáculo de la pobreza, cuya visibilidad estereotipada es interpretada como resultado de la “incapacidad de los políticos”, el “gigantismo del estado” o la “debilidad de los mecanismos de mercado” entendida como insuficientes concesiones a los grupos más concentrados de la economía que, como todos los sabemos, no se cansarían de crear empleo y oportunidades para todos. En este caso suelen desconocerse los efectos de la vigencia de mecanismos de acumulación económica que generan desigualdad, explotación y evasión de divisas a través de todos los gobiernos y en escalas cuya mínima reducción alcanzaría para resolver todos los problemas de los “pobres” (con sólo reducir una parte de la evasión actual se equilibrarían las cuentas fiscales sin necesidad de acudir a costosos servicios financieros que sobre pagaremos en proporción inversa a nuestras ganancias y responsabilidad). La crítica de la pobreza, por paradójico que parezca, hoy esta puesta al servicio de las ideas e instituciones que históricamente más pobrezas han creado en el país.

Somos todos pobres

¿Quiénes son los pobres? ¿Los que duermen en la calle? ¿Los que viven de la asistencia pública (un sujeto más mitológico que real)? ¿Los trabajadores pobres que a pesar de deslomarse no logran acceder a los bienes que conforman la canasta de bienes que define la línea de pobreza? ¿Los segmentos menores y más expuestos del narcotráfico? ¿Los que a pesar de ganar el dinero que cubre esos bienes han visto a sus familias descender socialmente o sienten que sus barrios se degradan a fuerza de la degradación de los bienes públicos (la escuela, la seguridad, la salud, los caminos, el transporte)? ¿Las clases medias bajas que sufren esos mismos males y “odian” a los pobres que son el fondo contra el cual se distinguen pero que a los ojos de las clases medias-medias y altas no dejan de ser “negros” y “grasas”? ¿Las clases medias que sienten que sus proyectos crujen con cada aumento de tarifas y luego sienten que todo es posible cuando están en la manga del avión a Miami?

Una de las razones por las que no sabemos quiénes son los pobres, y por las que el discurso sobre la pobreza nos interpela a todos con sentidos y estrategias diferentes, es que fundimos en una sola percepción los resultados de la medición técnica de la pobreza con el malestar de la mayor parte de los argentinos asalariados y con el malestar de los que creen que sostienen a los pobres. Malestar que no nació ni en 2015, ni en 2013, ni en 2001. Los argentinos experimentaron continuas crisis, la erosión de las esperanzas, brutales reacomodamientos económicos, que han sido para las mayorías, algo generalmente perjudicial. No es que nadie gana en las hiperinflaciones, los defaults, las devaluaciones, pero esos no son en general los asalariados de todas las categorías. En ese sentido “todos somos pobres” y por eso el término pobreza es una llaga de todos, un motivo de queja tanto como de exaltación e invocaciones políticas.

La “sensación de pobreza”, la pobreza técnicamente definida y la indigencia, también resultado de la misma medición, son hijas de un empobrecimiento generalizado que se puede observar en dos series de datos que explican el desencanto casi constante de los argentinos: los períodos de estancamiento del PBI per cápita, (como el que viene desde 2012 y que implican el achicamiento de la torta), los tiempos de concentración del ingreso y el empeoramiento del índice de Gini que mide la desigualdad (y cuyo resultado actual implica que la torta que se achicó, además, se distribuye peor). Pues bien, en la Argentina esos períodos son muchas veces coincidentes y de larga duración (el PBI per cápita estuvo estancado lustros enteros antes de 2003 y se encuentra en el mismo estado desde 2011; mientras en esos períodos el balance de la distribución del ingreso o el de participación de los asalariados en el PBI empeoró). De esa dinámica socioeconómica surge el malestar en que se larva el clima de indignación/esperanza con que todos recibimos las noticias estadísticas y las impresiones sensibles de la pobreza.

La línea de pobreza no es la frontera entre el paraíso y el infierno

Si alguien está por debajo de la línea de pobreza está muy, muy mal. Pero también lo están aquellos que están por arriba de esa mítica línea, aunque la medición los ponga del lado de los que pueden comprarse todos los sachet que una familia debe comprar en el mes para no descalcificarse. Es que la medida técnica de la pobreza, la canasta de bienes que define un mínimo de consumo, es necesario saberlo, es mezquina y muy poco exigente si la miramos con los ojos de la vida real.

Esa canasta de bienes piensa en lo mínimo de lo mínimo, un set de necesidades incompleto y falto de realismo que descuida los imponderables de la vida cotidiana como si el presupuesto de un hogar se hiciese a base de un cálculo de calorías que no pueden contener los gastos extras de todos los días. Y no me refiero a caviar, cigarrillos, alcohol, idas al bingo, quiniela clandestina, gaseosas o paco. La necesidad de acudir a remises para superar apuros en los que se juegan el presentismo o el destino de los mil malabares cotidianos en que se distribuyen jefes y jefas de hogares donde la tasa de problemas crece más que la de soluciones. Los remedios que imponen gastos de dinero y tiempo específico o ir a morir a las farmacias donde te arrancan la cabeza. Los robos frecuentes que sufren los más pobres. Los caños que se rompen en casas construidas con lo peor y a los apurones. La necesidad de reponer objetos indispensables. La solidaridad vecinal y familiar que es parte de un sistema de crédito informal, pero tiene sus costos inevitables. La línea de pobreza no capta y no tiene por función captar la realidad vivida sino establecer una referencia para comparaciones entre diversos momentos. Un punto más o un punto menos, cinco puntos más o menos, de habitantes por arriba o por abajo de esa línea no cambian ni la sensación de malestar que abarca a todos los trabajadores ni debería cambiar la imagen de sociedad ruinosa que todos tenemos respecto de la Argentina: ni ahora ni hace cinco años.

Flavio M. Fernández
Lic. en Educación

Opinión

Las Universidades, para qué?

Nota de opinión por Federico Vasches, integrante del Observatorio de Políticas Públicas y Sociales de Río Negro.

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En estos días es habitual oír los problemas que enfrenta el sistema educativo, por el desfinanciamiento que está sufriendo. 

Y rápidamente podemos preguntarnos cuál sería el problema y por extensión, por el rol clave que deberían cumplir, en especial las universidades. 

En primera medida servir de espacio de contención socio cultural para quienes pretendan formarse y contar con nuevas herramientas para avanzar en la vida, y segunda y quizá tenida menos en cuenta, generar conocimientos valiosos para la comunidad en su conjunto. 

Si hay algo que uno espera de la educación superior, (de las universidades) ese lugar donde se produce el conocimiento, es que corran los límites, que vayan más allá, que incomoden todo aquello que sea necesario para poder avanzar. 

En este sentido, las ciencias sociales, esas con las que convivimos, ya que nos revisan en eso que nos define como sociedad, como individuos y como humanos, tendrán mucho para aportar. 

Claramente el estado, pero no únicamente el nacional, decide qué financiar y por ende qué no. Pensemos por un momento un gobierno provincial e inclusive algunos gobiernos locales (municipio y comunas), financiando proyectos de investigación en la creencia y seguridad de que eso que se investigue, aportará nuevas ideas, conocimientos y herramientas para su gestión. 

Pero claro, hoy pareciera que las cosas son distintas. Quienes ocupan cargos de gestión, con su trabajo cotidiano nos responden a la preguntá ¿qué se hace?, ya que es su cotidiano. Mientras que quienes investigan en políticas públicas, ciencias de la administración y todo lo referido a la administración pública, nos responderían a ¿qué se podría hacer? 

Hay algo hasta increíble en la separación que tiene hoy la academia con la gestión gubernamental, los investigadores en lo estatal por un lado y los cargos electivos y funcionarios por otros. Si bien son dos conocimientos diferentes, el que se consigue estudiando y el que se consigue haciendo, en algún momento deberían encontrarse. 

Pero claro, quién financiaría aquello que lo incomode, que lo exhiba, que revele sus falencias, inclusive aparece cierta complicidad por parte del sistema ya que esos avances pueden a las claras incomodar la capacidad de gestión de quienes ocupan cargos en las propias instituciones educativas. 

Complicidad de dos lados, dos caras de una moneda que lógicamente no se encuentra, más que en un borde que investiga y aporta sobre cosas cómodas, relatos de una historia sabida y que recopila los datos ya conocidos. 

En esa misma rueda, los trabajadores de la investigación atrapados, ya que se les reconoce y se los obliga a investigar y se les financia aquellas cosas que no molesten. 

Existen problemas de financiamiento, claro, pero ojo no son los únicos. 

Si queremos salir de los problemas que presenta el sistema, sin salir del sistema, deberemos cambiar lo que se deba, corregir lo que se necesite y abrir las administraciones. 

Conseguir que política y conocimiento se amiguen, caso contrario el pozo será cada vez más hondo y la falta de dinero, pasará a ser, el menor de los problemas. 

Federico Vasches
Integrante del Observatorio de Políticas Públicas y Sociales de Río Negro.

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Opinión

Del otro lado, nosotros

Nota de opinión por Federico Vasches, integrante del Observatorio de Políticas Públicas y Sociales de Río Negro.

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En estos tiempos tan veloces de vivir, son pocos los momentos en que nos detenemos a tratar de comprender qué nos pasa, más allá del bolsillo.

Ahora es fácil confundir el síntoma con la causa, la consecuencia con la fuente del problema. Seguir discutiendo en circularidad de lo obvio: el dinero no alcanza. Cuando, en realidad no somos capaces de repensar qué es lo que genera la situación.

Entonces traigo tres dicotomías tan vigentes y actuales (y pasadas, si lo son), como necesarias para incorporar, quizá mate mediante en un momento de reflexión:

La primera responde a la pregunta, ¿dónde estamos?

Rápidamente comprender que estamos inmersos en un sistema democrático, que es abonado por todas y todos, ejercido por las instituciones del estado, pero que muchas veces quien gobierna, impone, crea y establece las condiciones de gobernabilidad, traza las políticas e inclusive el plan de gobierno, es el poder económico privado. Nacional e internacional.

Lo que quiero aportar aquí es esta dicotomía de los “jugadores” de adentro y de afuera del sistema. Vecinas y vecinos serán de afuera, pudiendo aportar con sus participaciones a quienes sí están adentro, la clase dirigencial, políticos y funcionarios públicos. Pero ojo, no seamos tampoco ingenuos, porque quizá hasta ellos mismos, están afuera del sistema de decisión, del poder real. Su único diferencial es conocer el sistema, ser conscientes de su lugar y cumplir con su papel, hacer como que deciden, emular que pueden, abonar alguno de los dos lados de una grieta que no existe como tal.

Para la segunda pregunta, debemos pensar, ¿qué nos ofrecen?

Es que claro, si ellos que son quienes ocupan los cargos públicos, que los elegimos para que gobiernen, no pueden hacerlo porque a su vez son condicionados por los poderes económicos concentrados nacionales, qué nos queda esperar a los demás?

Por lo pronto comenzar a comprender esta segunda dicotomía en la que usualmente nos empantanamos al momento de relacionarnos con ellas/os, y que comprenderla nos dará la libertad de saber qué se nos dice. Esta dicotomía es doble, ya que confundimos los productos del accionar del estado con resultados de la política pública desarrollada y a la vez, el diagnóstico de la situación, con la posibilidad real de avanzar y construir propuestas.

Daré un breve ejemplo: una campaña de vacunación que alcance las 50 personas diarias evidentemente da cuentas de un trabajo (producto – personas vacunadas), pero no de un resultado ya que desconocemos el punto de partida, la situación problemática que se pretendía abordar y acaso el nivel de esfuerzo institucional comprometido y previsto (¿qué tasa pretendíamos mejorar con la vacunación? ¿Queríamos vacunar 50 o quizá el doble y no pudimos?). En este mismo sentido el diagnostico es necesario para saber dónde estamos, qué nos falta, cuál podría ser un punto de partida. Pero solo es eso, un estado de situación. Se requiere entonces avanzar, trascender, comprender que eso es la base a considerar para planificar propuestas que mejoren ese punto de partida. El diagnóstico lo podemos compartir casi todos, pero el plan de acción seguramente tenga lógicas y necesarias resistencias.

Para la tercera pregunta y la más complicada, debemos enfrentar un, ¿qué necesitamos?

Claramente es mi opinión, y parte de considerar que la mejor manera de cambiar las cosas, es participando activamente, conociendo las reglas y teniendo las herramientas y recursos contextuales para ser parte de una construcción que permita dar discusiones, debates e incidir en el diseño y ejecución de lo público.

Por ello, la tercera dicotomía propone que no necesitamos mártires, sino líderes. Esa idea remanente de los héroes en la historia que lo han dado todo por la liberación de los pueblos, de alguna manera invita a pensar en luchas colosales y sobresalientes de pocas/os iluminados y claramente la historia argentina de los últimos 200 años da cuenta que, si a esos proyectos no se los nutre de ideología de compromiso, se los oxigena con carne y participación, mueren antes de iniciar, o se extinguen con su fundador.

Aquí aportar otra dicotomía que se desprende del sistema y es actual en términos de no aportar más que nombres sin proyecto, y es que, no es lo mismo ganar una elección que gobernar. Esas alianzas que dicen lo que se quiere escuchar, o que apelan a lo que el otro ha hecho mal, por sobre proponer hacia dónde, ganan es cierto, pero rápidamente quedan expuestas al momento de tener que avanzar y resolver cómo y qué hacer dentro y desde el estado. Discursos biensonantes sobran, quizá lo que falta es conocimiento sobre el funcionamiento de la cosa pública, para tratar de comprender si eso que han planteado, es posible, probable, realismo mágico o acaso legal.

Poco tiene que ver la legitimidad que otorga un cargo ganado con la capacidad de gestionar programas y proyectos, todas/os votamos a un par que quizá nos cae bien, pero el haber sido votado no garantiza ni eleva a nadie por sobre la masa. Ese será el rol y desafío que el líder deba emprender en una comunidad politizada, conocedora y sobre todo con la claridad para defender lo propio.

Al final y del otro lado, nosotros tratando de comprender para dónde va la cosa, quizá no sea mucho, pero espero que alguna de estas ideas, de estos conceptos, de estos interrogantes queden resonando y permitan idolatrar un poco menos y comprometerse a debatir un poco más.

Federico Vasches
Integrante del Observatorio de Políticas Públicas y Sociales de Río Negro.

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Opinión

¿Por qué marchamos?

Nota de opinión por Nicolás Rochas, apoderado Frente Renovador Distrito Río Negro.

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Nunca nadie que haya llegado al cargo de Presidente había confesado abiertamente, que a su entender, el Estado Nación es «el problema». Porque destruir el Estado no nos hará libres, simplemente nos expondrá ante el mundo casi como bienes fungibles, una nueva especie de res nullius en un planeta organizado en torno a países soberanos.

Marchamos porque no se trata de estar «en contra», sino de advertir las consecuencias de decisiones nefastas y evitar pérdidas que serán irreparables.

Porque gobernar es asignar prioridades y no puede estar antes la ganancia de un banquero que la comida de la gente.

Porque la inflación no puede detenerse a fuerza de pulverizar el salario.

Porque la Cultura, la Ciencia, el Deporte o el Arte, nunca (jamás) son un gasto, sino la inversión a través de la que un pueblo se expresa, se identifica, se distingue y crece.

En poco más de un mes, el gobierno de Javier Milei devaluó en más del 100% la moneda, quitó subsidios, subió tarifas, frenó la obra pública, desfinanció al Estado (tanto Nacional como a las provincias) y desprotegió a todo inquilino, consumidor o usuario. El precio de los alimentos se dispara día a día, pero aún más se le adelantan los medicamentos. Hay una confesa pretensión de asignarle a la recesión la estrategia para frenar los precios (macabra convicción, la de pensar que «no hay inflación en los cementerios»).

En nuestra historia democrática jamás tuvimos un gobierno tan disociado de la realidad, tan ajeno al padecimiento, tan insensible y brutal.

Ganar el balotaje le otorgó la legitimidad para el ejercicio del Poder Ejecutivo, no la adquisición llave en mano de un país (que le avisamos: no está en venta). Ser el Presidente le da facultades para administrar los recursos del Estado, no la Suma del Poder Público, ni el cúmulo de facultades con que los constituyentes contaron en la conformación de la república. También por esto marchamos, para recordarle conceptos tan básicos que parecen habérsele olvidado; premisas tan antiguas como sus recetas económicas del siglo XIX.

Buena parte de la sociedad argentina lo votó en la esperanza de un cambio. Pero ese cambio debe serlo en la mejora del conjunto, no en la aniquilación de todo lo que a su criterio configura “un gasto”. Cuando hablamos de Patria, País o Estado, no nos referimos a cifras, variables o estadística, sino a personas, individuos, ciudadanos. Existencias reales que comen, sufren y sienten; no son likes, ni visualizaciones; son angustias de padres, pies descalzos y pancitas que chiflan si no hay pan sobre la mesa.

Marchamos por la responsabilidad histórica que importa proteger la soberanía y por la sensibilidad social de cuidar a los que menos tienen. Marchamos para advertir sobre las consecuencias que pueden ser aún más gravosas y para intentar corregir desequilibrios que se profundizarán de seguir el curso de las cosas. Marchamos porque es nuestro país el que están rifando, en un experimento en el que (como diría Serrat) «juegan con cosas que no tienen repuesto”. Por todo esto, y tantas otras cosas, el 24 de enero marchamos!

Nicolás Rochas
Apoderado Frente Renovador – Distrito Río Negro.

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